En otros paÃses de la América española y en el nuestro, aparte del Oriente, se dice simplemente "La Viuda", asà en forma simple y sin afijos ni sufijos que añadan o quiten magnitud, calidad y aprecio del sujeto, o, para decirlo más adecuadamente, la sujeta. Acá decimos "La Viudita", no ciertamente con la intención de empequeñecerla o rebajarla, sino como expresión de que, pese a todo, nos cae simpática y, por tal razón, nos place nombrarla en diminutivo.
Para explicar lo que es, o más bien dicho lo que fue, pues hace tiempo dejó de mostrarse, conviene manifestar que no era, acá entre nosotros, el ente horrorizante, pavoroso y fatal de otras partes. Temido, sÃ, pero sólo de parte masculina, y entre ésta únicamente de cierta y determinada casta: La de los tunantes de mala fe (porque los hay de buena) y los que andan a la caza de deleites femeninos sin reparo de conciencia.
Dizque aparecÃa por acá y allá, siempre sola, a paso ligero y sutil y no antes de media noche. VestÃa de negro riguroso, faldas largas a la moda antigua, pero talle ajustado en el busto, como para que resaltasen las prominencias pectorales. Llevaba en la cabeza un mantón cuyo embozo le cubrÃa la frente y aquello que podÃan ser orejas y carrillos.
Nadie le vio jamás la cara. Cuando encontraba con varón de los comprendidos en su campo de acción, y el tal no resistÃa a sus tácitos encantos, ella aceptaba que la acompañase y aun le permitÃa ciertas liberalidades táctiles. Pero si el apetente le buscaba el rostro en la oscuridad, se oponÃa al intento con rápidos movimientos de cabeza o extendiendo los pliegues del mantón.
Hubiera o no convenio de ir adelante, era ella y no él quien señalaba el rumbo, con sólo dar dirección a los pasos. La despaciosa marcha concluÃa invariablemente en las afueras de lo entonces poblado, y habÃa parajes por los que, al parecer, tenÃa predilección: Las soledades del Tao, el islerÃo de la pampa del Lazareto, La Poza de las Antas y la cerrazón de las riberas del RÃo Nuevo.
Llevado allà el pecador y presunto conquistador, la viudita se revelaba en su verdadera esencia y actuaba según sus miras. Nada de horrores, desde luego, y nada de atrocidades fantasmales. Simplemente que el quidam, en estado de alucinación, creyendo ser introducido en edenes o en acogedoras estancias, lo era en rincones precisamente contrarios, empujado por la Viudita que seguidamente desaparecÃa sin dejar rastro.
Cuando ya en las vecindades del dÃa el malaventurado recuperaba el conocimiento, ahà estaba la punzante, pringosa e ignominiosa realidad. Lo que habÃa visto como suntuosa sala no era sino envedijada ramazón llena de espinas, si es que no matorral de pica-picas con frisas y cenefas de garabatás. Si sobre mullidos colchones y bajo sedeños cobertores habÃa creÃdo acostarse, se encontraba tirado en un barrial y entre aguas no por cierto perfumadas.
¡Ah, condenada Viudita!.
Menos mal que aparte de la burla oprobiosa (pero aleccionadora) ningún otro daño le habÃa inferido.
Fuente. http://www.soysantacruz.com.bo/Contenidos/1/Leyendas/Textos/B01-LaViudita.asp
vaaaa tenia que hacer una leyenda y me di idea de sta y es largaaaaaa :( :( :(
ResponderEliminaro va esta leyenda es muy larga:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(:(
ResponderEliminarentoces buscate otra
ResponderEliminarcallense perros jejejejeje
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